#VAMOSNORTE

Es extraño irse con esta sensación del campo tras haber asistido a la quinta derrota consecutiva de tu equipo. Irte con regusto a gloria en los labios, con el brillo de una lágrima de orgullo en los ojos, con la necesidad imperial de volver a verlos sobre el césped.

Es el efecto que causa ver jugar a un EQUIPO de fútbol. No consiste en enlazar jugadas de ensueño, ni en ver regates de calidad, goles imposibles o victorias arrolladoras. Ser un equipo es otra cosa.

Hay campeones que, como equipo, son horribles y colistas cuya entrega envidia hasta el más laureado.

Ayer no fui a Las Olivas a ver a 11 jugadores, ayer vi un equipo. Vi un conjunto que se movía, pensaba, hablaba y actuaba como uno solo. Vi ayudas, gritos, permutas y sobre todo, muchísimo sacrificio.

Encontrar la armonía que se vio en El Norte el domingo es una de las cosas más difíciles en el fútbol. Un equipo que nunca se dio por vencido por ninguno de sus once costados (que fueron 13), incluso sabiendo de la imposibilidad de ser sustituidos por falta de efectivos entre lesiones, sanciones y otras bajas.

El domingo no vi a Jesús, Tere, Alex, Álvaro, Zeus, Sergio, Maroto, Willy, Blanquito, Miguel, Juan, Jita y Diego. No. El domingo vi al Norte. Y a Michel, su entrenador desterrado en la banda animando en cada momento, insuflando aliento a los desfallecidos.

El domingo vi a hermanos arrimando el hombro, como soldados en la guerra. No vi fútbol, vi la vida.

¡Aúpa El Norte!

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